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sábado, 5 de noviembre de 2011

José Lezama Lima y su afán gourmet


El poeta cubano José Lezama Lima, autor de la famosa novela Paradiso, escribe en Coordenadas habaneras un texto para deleitar el espíritu mediante la comida

Comer, incorporar mundo exterior a nuestra sustancia,
se hace en estos días símbolo deleitable. Pues una cena
familiar es ver las posibilidades de la familia frente a ese
mundo exterior que se brinda para su reducción o es el irreductible
hosco. La cena es el símbolo de que todo confluye
hacia el hombre, cuando el hombre confluye hacia Dios.
Espléndido y rico de dones,
instalado en el banquete de los
sentidos y de la inteligencia, cuando lo creado alaba al Creador.
Para decir la encarnación del verbo, el nacimiento de
Dios Hombre, los sentidos celebran su fiesta, como una estrella
de mar que se rompiese en todos los arrecifes. Todo
comprueba haber sido hecho para el hombre, cuando el
hombre prueba que ha sido hecho para Dios. Después de la
vela de oraciones, en que la voz del ángel suena en la más
depurada de las flautas y en los que la Doncella interpreta
con serenidad el dictado, avanza entre nubes que ahora
tocan y rodean a la tierra, como un blanco vapor.
La sobreabundancia de la cena prepara innumerables
disfrutes siguientes. Día a día, después de la exaltación de
la Cena Mayor, se va como deshilachando en el gusto el primor
de cada golosina, Llaman en algunos sitios monterías
a esas comidas formadas alrededor de los platos mayores,
a esas demostraciones de que lo que sobreabundó un día
deja un secreto paladar cumplido ya perdurablemente. De
los turrones, si antes se atacó con denuedo e incesantes
redobles maxilares el jijona, se entresacan en los días siguientes
el alicantino, el de yema o los mazapanes toledanos,
encontrándoles sorpresas, sustituciones de la sabiduría
del paladar para proclamar sus glorias. Casi siempre el
día de la cena, desfallecemos ante el membrillo, en el incesante
desfile cuando se hace turno para él, ya el cansancio
invade y rodea; perdura entonces hasta los días finales
del año, lo retomamos y le encontramos en su carne
rosada, crujiendo ante la incisión del ataque, despidiendo
en su defensa irradiaciones gustosas que van a galope
hasta la punta de los nervios, retroceden y se hunden en la
serena e infinita posibilidad de la asimilación. [Lezama,
1969: 269-270].                     

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